SONETO A UN QUEJIGO
Erguido en la noche oscura y serena,
cimbreas tus ramas al ritmo del viento,
que penetra lo más íntimo de tu seno,
arrancando arpegios de luz y de seda.
Tu talla es ciclópea, fuerte y eterna,
tus brazos se abren al infinito cielo,
buscando el brillo de los luceros,
en un infinito horizonte de estrellas.
Años y años, tú, mi amigo quejigo,
plantado en un horizonte luminoso,
sentiste el paso frío del tiempo.
Cuando sonó el fin de mi destino,
besé tu duro y rígido dorso.
Tu te quedaste, eras casi eterno.