SONETO A UN QUEJIGO Erguido en la noche oscura y serena, cimbreas tus ramas al ritmo del viento, que penetra lo más íntimo de tu seno, arrancando arpegios de luz y de seda. Tu talla es ciclópea, fuerte y eterna, tus brazos se abren al infinito cielo, buscando el brillo de los luceros, en un infinito horizonte de estrellas. Años y años, tú, mi amigo quejigo, plantado en un horizonte luminoso, sentiste el paso frío del tiempo. Cuando sonó el fin de mi destino, besé tu duro y rígido dorso. Tu te quedaste, eras casi eterno. TORNERA
Blog personal de José Manuel Marchal Martínez - Reflexiones e Historia de Valdepeñas de Jaén (jose.marchal@gmail.com)