Te vas asomando a las carreteras del Susana, más bien caminos vecinales, que serpentean por el valle desde los puertos hasta el viejísimo pueblo de Susana, que en otros tiempos fue colonia de campamentos romanos.
A éste valle siempre verde, muy castigado por la avaricia de los hombres, que en otros tiempos tuvo otro nombre, desde la repoblación efectuada en tiempos de la reina Juana I se le llama, lo llamaron en la Reconquista, Valdepeñas, o valle peñascoso o hundido entre los valles de las enormes montañas que lo circundan.
Valdepeñas es nombre nuevo pero más propio que el manchego, porque, en efecto, está situado al abrigo de enormes montañas que pudiéramos decir "cola de los Prealpes Subbéticos". Parece que los más antiguos. Yo he tenido en mis manos ases de plata del teimpo de Caracalla, cogidos en la Peña del Castellón.
Las legiones romanas visitaron éstas vegas, éstos ríos, otrora caudalosos, bosques fluviales en los que los chopos altivos festoneaban el curso del Susana y de sus afluentes. Había también mimbres, acebuches, como en casi toda Andalucía, prados de violetas, peñas revestidas de hiedras frondosísimas, tomillos, aulagas, manzanilla, hierbabuena, jaramagos, endrinos, rosalillos silvestres y, en als umbrías, quejigos, y, en los arroyos, fresnos y enebros y cardos frondosísimos de especies diversas y jaramagos entre las piedras de ráiz, quiere decir, piedras raigones de la geografía del Valle.
Las montañas, en su reproducción orogénica se elevan y forman cadenas de montes, entradas y salidas de puertos y bosques de encinas, árbol titular de ésta tierra, que se van perdiendo ¡ay! bajo el filo hiriente de las hachas de los leñadores y de las ségures de carboneros.
A veces, a pesar de la verdura y de los árboles hoy existentes, y de los arroyos que nunca abandonaron su curso, pero muy disminuidos en su corriente, me parece que éste valle del Susana es una tierra en destrucción, a pesar de que en tiempos de mi amigo, el alcalde Laureano Luna, se han efectuado plantaciones de pinos que ya se van alzando en las laderas del valle. Pero el olor a destrucción (Valdepeñas se edificó sobre La Loma de los Osarios) es evidente. Yo, de niño vi durmiendo junto a mi padre, en Ranera, el incendio del Barranco de Matamulas, en la orilla derecha del Parrizoso. Ver arder monte tupido es cosa horrorosa, y yo lo vi siendo niño.
Pero los elementos esenciales del paisaje están todavía. El Alpe Penibético, con sus agudas y desnudas cumbres, y sus navazos rasos y sin vegetación, aún quedan algunos por allí. Yo he cogido violetas en el Cañón del Barrancón, que es un paisaje danstesco, y al pie del Peñón de Luis López, que es un hito altivo, pegado a la Sierra de los Ventisqueros. Conozco mi tierra. Yo he perdido poco tiempo, muy poco, jugando a las cartas, diversión que parece ser "hobby" de mis paisanos. Quitad las cartas a los valdepeñeros y los condenaréis al suicidio (curiosa másxima de D. Luis).
Pero paciencia, paisanos. Nos queda todavía mucha tela por cortar. La tierra, el chopo, los olivares, los nogales, las manzanas reinetas quedan todavía, y éstos son entes vivos de la tierra que, a veces, berrea con los balidos tiernos de los recentales que yo he visto muchas veces.
Luis Caballero Pozo