Si me preguntáis qué música me gusta más, si la música de la naturaleza o si la que hacen algunos hombres privilegiados, estaría en un aprieto. Pero empezaré diciéndoos que según leemos en La Ilíada (lo pongo lejitos) los hombres más antiguos de nuestra civilización tocaron la flauta o también los huesos huecos, las sonajas o, simplemente, los platos, caracolas y otros instrumentos caseros. Y todos éstos y muchísimos más se convirtieron en instrumentos musicales que armasen más o menos ruido.
Según parece fue Orfeo el que reglamentó un tanto éstas cosas y utilizó instrumentos apropiados, cantó al son y compás de sus inventos, encantando a los hombres y a los dioses.
Pero la invención de la música es mucho más antigua que aquella que tocaban Orfeo. Los primeros músicos fueron los pájaros. Acordaos de la famosa “filomena” que debió de ser un pájaro genial, un superpájaro, según nos dijo Lope de Vega.
Daría yo un millón, si lo tuviera, por oír o poseer una filomena. Pero si no la he oído cantar, he oído en los nogales de mi pueblo cantar a la oropéndola. Yo creo que si los grandes músicos como Mozart y Pergolesi hubiesen oído cantar de verdad a una filomena enamorada, el mundo actual no sería como es, porque oyéndola cantar, la gente se olvidaría de comer y el aspecto de los hombres y del mundo sería totalmente distinto.
En mi pueblo había muchas oropéndolas en las frondas de las alamedas y los noguerales. Hoy, casi no quedan nogales en las riberas del Susana.

Y las filomenas entristecidas dejaron de venir a las huertas de mi pueblo, Valdepeñas de Jaén.
Yo he tenido oropéndolas en mis manos. Muertas me las mostraron en Linares, en casa de un ingeniero de minas que tenía un curiosísimo museo. Vi pájaros disecados, y un hijo del ingeniero que me acompañaba me iba explicando su famosa colección de minerales, vegetales y animales. Y de pronto, deteniéndose en un rincón, me dijo: - Y aquí tiene usted la filomena de hoy, la famosa oropéndola, que cogieron para mí en el balneario de La Aliseda.
Yo respondí tristemente: - En mi pueblo también había oropéndolas, que a mi me gustaba oír bajo los nogales del Ejido.
Tenía dos disecadas, asidas a un tronco, semejando el nogal patricio.
- Luego ha oído usted el canto de la oropéndola, o sea, el más bello canto de la tierra.
No es la oropéndola como el ruiseñor que se duerme recitando preciosas estrofas. La oropéndola parece tener una flauta en la garganta.
Pergolesi intentó reproducir el silbo graduado, aquel que llenaba el encanto de las alamedas y noguerales de mi pueblo. Mozart matiza mucho el silbo de la flauta de Pergolesi, pero la flauta de Mozart es mágica; la flauta de Pergolesi es un sueño de la naturaleza, es el silbo encantado de los ángeles.
Yo, esta tarde, sueño con las oropéndolas que yo oía en éstas huertas de mi pueblo. Pero han matado en mi pueblo las oropéndolas; han matado la poesía pura de las florestas de Andalucía.
LUIS CABALLERO POZO